Categorías

Seguidores

sábado, 17 de abril de 2010

La generosidad no es tu fuerte

Virtudes faltantes: Pureza, Concentración, Desinterés.

Virtud: Caridad.

Nota: Quería hacerlo corto, gracioso y tierno. No me salió.

La generosidad no es tu fuerte


Draco sabía qué son esos sonidos pero aun así porfiaba en mantener la vista pegada al libro. Sabía que había perdido el hilo hace un buen rato y que hasta se olvidó de qué trataba. Que incluso su frente estaba empapada en sudor y lo único que sus manos ansiaban era agarrar la varita a su lado y propiciar la destrucción absoluta de algo. De alguien.

Por fin estrelló las dos mitades del libro, resoplando, y lo dejó junto a la varita, que si bien lanzó una mínima chispa roja a su cercanía, no hizo nada. Con la mano sobre el mentón y las piernas cruzadas, prefirió mantener la vista en el fuego. A los pocos momentos se dio cuenta de que no funcionaba, así que fue en busca de otro libro, más por hacer algo que otra cosa. Intentó leerlo, sin éxito.

Siempre odió el sonido de esa motocicleta.

—Es una broma.

Draco no duda que así era. A pesar de que Sirius tiene esa sonrisita medio perversa, medio traviesa -un cuarto encantadora- que bien conoce, está convencido de que es una pésima broma. Y la manera en que ésta cambia, como si él estuviera negándose a escuchar razones, debería quitarle un poco de seguridad en su suposición, y lo hace, pero no quiere admitirlo.

-¿Por qué no? -replica el animago y Draco está muy motivado para pensar que es un estúpido si necesita preguntarlo. Su cara debió decirlo de algún modo porque Sirius recapacita, se calma y trata de contagiarle su entusiasmo-. Mira, no sería la gran cosa. Sólo encuentros esparódicos, nada serio.

Se niega a oír. Se niega a pensarlo. Casi no se niega a echarle una maldición a Sirius por siquiera sugerirlo. Discuten, dicen cosas de las que cada uno se arrepiente, y a la semana se reconcilian, enterrado el asunto. Al menos hasta que aquel hombre que normalmente sólo le entregaba el correo en la oficina comienza a mirarlo de forma rara y a Draco se le ocurre que en realidad no está tan mal. Así que se presenta ante el animago antes de cenar, lo mira largamente con una expresión grave que el otro no comprende, y expresa lo que venía pensando desde hacía semanas:

-Sólo encuentros esparódicos, ¿no es cierto?

Al principio Sirius no tiene idea de lo que habla, y Draco no se siente con ánimos de, además, aclarárselo, pero cuando el entendimiento llega, parece que le han llegado las Navidades y su fe en Santa Claus nunca se hubiera roto. Draco creyó que eso le ofendería de no haber visto al hombre del correo e imaginar todas las cosas que prometía su cordial "Buenos días, señor Malfoy". Si fuera una persona más bondadosa, abnegada y justa -o los que no son Slytherin consideran justo-, imaginó, se habría contentado pensando en que, dado que estarían en las mismas, Sirius podía alegrarse si quería. Pero no lo era y ese buen humor que él acaba de permitir que existiera no le gustó en lo absoluto. De hecho le molestó. Un poco.


Pese a que nunca vio su relación con Sirius como opresiva, Draco se sintió un poco más en la cima del mundo que de costumbre luego del hombre del correo. Más libre y capaz de hacer lo que se le viniera en gana. Nada de ridículas dudas emocionales que harían las delicias de un escritor de novelas rosas. Sólo un cuerpo, dos gemidos y el éxtasis final. Al final había regresado con Sirius, encontrándole dormido, y todo le pareció que estaba bien. Lo siguió viendo así a la mañana siguiente, en medio de un desayuno común y corriente, sin sobresaltos. Y también esa misma noche, cuando Sirius representó ese cuerpo y esos gemidos.

Inicialmente a Draco le desconcertó la naturalidad con que Sirius aceptaba que echara miradas a otros hombres en su presencia. Parecía que mientras los dos conservaran su única regla intacta (nada de hablar de terceros con el otro) no tenía motivos para inquietarse. En el fondo Draco admiraba su autocontrol y la madurez que estaba demostrando pero en la superficie había una pequeña mota de frustración volando por ahí; sentía que si Sirius no estaba celoso, tal vez no le importara tanto como a él, porque a él, Draco, sí que le hacía hervir la sangre pescarlo contemplando con interés otros cuerpos. Durante el tiempo que pensó eso le pareció que su libertinaje hasta podría estar justificado, y cada vez que se despedía de otra persona, era como si hubiera ganado alguna batalla perdida en quién sabe qué continente. Pero no podía decir nada, no cuando precisamente él había sido quien abrió la puerta para esa situación. Además si Sirius actuaba como un adulto, él también debería hacerlo.

Sin embargo, al cabo de unos cuantos meses, descubría que la situación lo estaba desgastando, agotando. Despedirse de alguien con quien acababa de estar para encontrarse con un Sirius que le sugería, como si nada, ir al cine mágico comenzaba a despertar al niño caprichoso que tal vez nunca dejó de ser. Quería reclamarle su falta de atención, su falta de celos, su falta de posesión. ¡La falta de equidad! ¿Por qué sólo él tenía que desear la muerte de cada uno de esos sujetos que tocaban a Sirius y secuestrar a éste para llevarlo al otro lado del mundo, en una caja de acero, donde ningún imbécil volvería a ponerle la mano encima, mientras que en el caso de Sirius bien podría estar follando frente a sus narices? Cuando se daba cuenta de estos pensamientos decidía, resueltemente, olvidarse de todo (¡ni que fuera una maldita niña!) para volver a empezar en cuanto se repetían las circunstancias. Lentamente el círculo vicioso se hacía más estrecho, y ahora sí, asfixiante.

De modo que cuando Sirius entra en el salón, tambaleándose un poco, Draco no está realmente enojado. Está harto, cansado y algo triste. No sabe si con él mismo o con todo. Ni siquiera se da cuenta de la nueva presencia hasta que el animago le echa los brazos al cuello y se deja caer en su regazo. Draco siente un sobresalto, como si lo hubieran sorprendido en plena masturbación, pero huele a alcohol en la boca del animago y gira los ojos, un tanto aliviado. Al menos en eso todavía podía presumir de mayor autocontrol.

-Condujiste borracho otra vez.

-Nop -respondió Sirius y además de achispado, está alegre. Draco no quiere mirar su sonrisa tonta-. Eric... me trajeron. No hubo heridos ni muertos y los pájaros pueden volver sanos y salvos con sus familias a piar felizmente.

-Ah -replica Draco y, como intuye que Sirius no se levantará fácil, se yergue tratando de enderezarlo.

Le pasa una mano por la cintura, el brazo de él va a sus hombros y comienzan a caminar. Desearía preguntarle si se ha divertido con Eric, si disfrutó de la velada como sin duda parece pero eso sería romper las reglas, y técnicamente, meterse donde no lo llaman aunque esto último no le importa. Sirius apoya la cabeza en su hombro y su nariz queda rozando el cuello pálido del rubio.

-Ey, hueles bien. ¿Te pusiste algo nuevo?

-No.

En realidad Draco no quiere hablar. Ante todo su plan es meter a Sirius en la cama, pedir a algún elfo una poción contra la resaca y procurar dormir por esa noche. Sirius afirma el agarre que tiene sobre Draco y lo atrae hacia sí, abrazándolo. El rubio le dio unas palmadas en la espalda distraídamente y respondió un poco cuando el animago comienza a besarlo. A pesar de todo no puede negar que aún le gusta que haga eso. Es más, la caricia en su nuca le encanta. No obstante Sirius no tenía a la lujuria exactamente a flor de piel porque cuando deja de unir sus labios sólo se queda ahí y una de sus manos no hace más que apartarle los cabellos platinados de la frente. Parece que quiere decir algo, o que está pensándolo, o que va a vomitar, pero se aparta y vuelve a dirigirse a la habitación que comparten. A los pocos pasos se detiene y se lleva una mano a la sien.

-Pide una maldita poción, ¿quieres? La cabeza me va a estallar.

"Si no fueras un borrachín emperdernido..." piensa Draco arqueando una ceja pero igual llama a un elfo para hacerle el encargo. Sabe que no es momento para enojarse y tampoco tiene ánimos para ello. Vuelve a afianzarse de Sirius para hacerlo avanzar. Ante la cama el cuerpo del animago cae como una muñeca rellena de arena. Draco pensaba que se dormiría de inmediato pero la mano que le toma lo conduce a acompañarlo en el lecho. Se besan otro tanto, y esta vez sí, Sirius está explorando debajo de su camisa. Draco aprieta su entrepierna y le muerde el labio inferior como sabe que le gusta. El mayor no tiene que decirle nada porque el rubio instintivamente comienza a quitarle los pantalones, bajo los cuales una erección más que notable lo está esperando. Draco lo devora con hambre, ferozmente, deseando reclamarlo. No importaba que Eric lo hubiera traído, ese placer era suyo y nadie iba a quitárselo. Nadie, maldita sea, nadie.

Cuando todo finaliza Draco está algo sudoroso, desnudo y el cansancio ya no es emocional si no enteramente físico. Sirius aún continúa acostado boca arriba, despierto, y su pecho baja y sube al ritmo de su respiración. En su frente y labio superior brilla un poco de sudor. Todavía parece que medita.

-Draco -dice y se frota los ojos como si la luz de la lámpara a su lado le molestara o así fuera a poner en orden sus pensamientos disueltos-... este asunto de la relación abierta ¿te parece bien? Digo ¿quieres continuar con ella?

Draco está sorprendido pero más que nada escéptico. Y molesto.

-¿A qué viene eso?

-Es decir... no sé tú pero esto empieza a volverse aburrido. ¿Cuál es la palabra? Monótono. ¿No ha sido algo así para ti?

No, más bien opresivo, denso, irritante, confuso.

-¿Adónde quieres llegar?

Sirius se voltea en la cama para mirarlo de frente, el ceño un poco fruncido. Bebido y decidido parecía.

-¿Y si lo hacemos de a tres?

-¿De qué hablas?

Sólo bebido, decide Draco. Definitivamente bebido estaba.

-Escúchame. Lo he estado pensando mucho. Lo que más me molesta de todo esto es que cada uno lo hace por su lado. Es como si tuviéramos dos trabajos del cual no pudiéramos saber nada. No hablarlo lo vuelve peor. Hablarlo mucho peor. Y no sé tú pero me cansé.

Una cosa podía decir a favor del Sirius borracho; era muy fácil que soltara lo que tuviera en su mente. Le era imposible mentir cuando tenía unas cuantas copas encima. Podía ser terriblemente perjudicial o beneficioso, dependiendo de la situación. En este caso Draco todavía no sabe cuál de las dos.

-¿Y la solución que propones es volverlo un trío?

-No. O sí, algo así. Diablos, la cabeza me da vueltas, no puedo pensar así.

-Toma la poción de una vez.

En algún momento un elfo discreto había dejado la botellita en la mesa de luz del lado de Sirius sin que ninguno de los dos se diera cuenta. El animago se sentó en la cama y se bebió todo el contenido de una sentada mientras el rubio esperaba impaciente a que terminara. Le sorprende descubrir que la idea no se le hace tan terrible como la de la relación abierta. "Como un trabajo del que no supiéramos nada", recuerda. Conque así era como Sirius lo había visto todo el tiempo. Qué alivio no ser el único descontento.

-Bueno -dice Sirius acabada la poción y dejando la botella en la mesita-, ¿qué dices? ¿Probamos?

Draco se resistía a aceptarlo fácilmente. Ya una vez cometió ese error, no lo repetiría.

-¿Exactamente qué haríamos?

-Buscar a alguien que nos guste y compartirlo. Es todo. Prefiero eso a esto. Has estado en tríos antes, ¿no?

-Una vez -responde Draco.

Y lo había estado, hacía mucho tiempo, cuando aún estudiaba en la universidad mágica.

-Bueno, yo no -reconoce Sirius, lo que es una sorpresa por parte de Draco. Siempre había tenido la sospecha de que él, Lupin y el padre de Potter...-. Puedes enseñarme -Cae en cuenta de algo y agrega-: Si quieres, no pienses que es una obligación o algo así.

-Ya lo sé -replica Draco impacientemente y reflexiona-. Pero aún sería una vez con cada persona. No habría repeticiones, de parte de ninguno.

No era una pregunta ni una afirmación. Serían las reglas, sus condiciones. No aceptaría discusión al respecto. Sirius no debía tener problemas con ello porque cabeceó, como si de hecho lo hubiera esperado y aceptara.

-Me parece bien -dice y vuelve a acostarse.

Parece que por fin se va a dejar vencer por el sueño, o al menos eso cree Draco, hasta que siente el brazo de él rodearle el estómago plano y su pierna rozándole. La cabeza casi apoyada en su hombro y más en la almohada. El animago tiene los ojos cerrados pero tiene esa sonrisa tonta en los labios. No, en realidad no es tonta. Parece borracha de felicidad, lo que es casi lo mismo bien pensado. Santa Claus y la Navidad de nuevo habían vuelto.

-¿Sabes? Prefiero mil veces hacerlo contigo que sin ti. Lo otro es aburrido.

Draco no sabe qué decir. Busca alguna frase ingeniosa para disimular la alegría, la satisfacción y el gran consuelo que le dan estas palabras pero nada acude a su mente. Su cuerpo sólo registra el sentimiento de plenitud que invade cada rincón de su pecho, haciendo que sus dudas de las últimas semanas, las molestias, el círculo vicioso pasaran a ser meros insectos insignificantes.

Al final no tiene que decir nada. Sirius se había dormido.

La mascota del blog